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Perdí un verso: por él lloré toda la noche/Juan Ruiz de Torres

 

ALGUNOS COMENTARIOS A MI OBRA: 

CÁNTICO DEL ALBA, 2019. Cuentos. Ángela Reyes.  LA VERISIMILITUD EMOCIONAL DE LAS MUJERES DE ÁNGELA REYES.

Porque la mujer está omnipresente en la obra de Ángela Reyes, tanto da que se encarne en moldes mitológicos, como en Fátimas, Martas, Rosas o Adelas. Hay muchas, muchísimas mujeres en la literatura de esta escritora, aunque tal vez sólo haya una, una única y verdadera mujer, tan selvática, oceánica y lunar, tan frágil, tan lógica, realista y sabia, tan fuerte, serena y emprendedora, y tan frágil, tan sensual, tan soñadora, que sus encarnaciones son inagotables y su conocimiento total, una quimera. (...) Las mujeres de Ángela son, en su poesía, dulces, tiernas, femeninas y osadamente sensuales. Y en su narrativa, mujeres de mirada intensa, tristes o delicadas. Mujeres independientes, pasionales, veraces en el amor y activas en el sexo, pero, sobre todo, tiernas, de una ternura profunda, acogedoras que parece formal parte esencial del ADN de todos sus personajes femeninos, líricos o narrativos. José Luis Morales

 Son veintiún momentos donde la mujer se rebela contra los encierros y las clasificaciones de género tradicionales. Aquí gobierna, desean, muerden, sueñan, las mujeres y los dobles, sus fantasmas, entre risas y llanto, entre burlas y veras. Ángela Reyes escribe de "todas nosotros" y no quiere dejar marginadas a numerosas "otras" posibles. Tiene el encanto de saber usar el lenguaje picante de los carromatos, de la calle, y también borda su estilo narrativo con delicados hilos de oro. Ileana Álvarez


MUJER EN LA PENUMBRA, 2017. Poesía 

 

(…) La obra de Ángela Reyes goza es de una unicidad sorprendente en su manera de entender la literatura. Acota una parcela de realidad, selecciona en ella a un protagonista que va encarnar el proceso de transformarla en realidad literaria y teje en torno a él un entramado de sucesos y presencias a través del cual la autora pone su propia voz al servicio de su “otro literario”.  A menudo sucede en un contexto histórico como en sus poemarios “Lázaro dudaba”, “Cartas a Ulises de una mujer que vive sola”  o en sus novelas como “Morir en Troya” o “Verónica y el hombre bello” si bien Ángela Reyes no lo hace para darnos una dimensión anclada en el pasado sino para traernos al presente los conflictos, pasiones, desengaños, el amor y el dolor que presiden la trayectoria vital de los hombres y mujeres que construye su obra literaria como arquetipos de esa esencia universal de la humanidad a lo largo del tiempo. Otras veces, en sus poemarios “La muerte olvidada”, “Carméndula”, “Fantasmas de mi infancia” o sus novelas “Los trenes de marzo” y “Benedicamus Domino” su mirada se centra más en temas más cercanos a la actualidad  donde su obra tiene un amplio recorrido que va desde su intimidad más temprana hasta eventos o situaciones sociales de gran impacto literario. “Mujer en la penumbra” con olores a jazmín y limonero, con fragancias  sensitivas que dibujan una historia de amor, de redención y de libertad entre penumbras de una cultura, unas creencias y forma de vida que someten a la mujer de la manera más vejatoria que existe. En él, su autora nos cuenta una historia, siguiendo esa pauta de entretejer los géneros literarios hasta apenas diferenciarlos que llevó a Octavio Paz a defender su inexistencia como tales, a través de los poemas que componen el libro, más de una cuarentena. En la primera parte, la más extensa, nos presenta a Laila, la niña adolescente de trece años que, por mor de una bárbara costumbre, es cubierta por completo con el burka, esa prenda que en general tanto nos horroriza y convierte a las mujeres en unos extraños buzos terrestres con apenas una rendija a través de la cual participar del mundo exterior. Junto a ella, Ángela nos muestra las figuras de los ángeles -el de la Guarda, el Solitario, el de la lluvia- como un coro de lágrimas a menudo silente del oprobio, al que se suman otras presencias como la del Señor y algunos Santos compañeros en el dolor como Santa Águeda y San Sebastián, incluso la figura de San Pablo, ese Saulo que tampoco acude en respuesta a la llamada de socorro de la muchacha.

Alfredo Villaverde (Presentación leída en el Centro Riojano de Madrid, el 26 de abril, 2017)


       MUJER DE ARENA. Amplio y meritorio viene siendo, desde hace décadas, el quehacer literario de Ángela Reyes. Tres libros de relatos, cinco novelas y catorce poemarios avalan su constancia y su devoción por la palabra. Ahora, esta gaditana de Jimena de Frontera, suma un nuevo libro, “Mujer en la penumbra” (Huerga & Fierro. Madrid, 2017).Y hasta la calma soleada del estío y hasta sus tierras del Sur me he traído, precisamente, sus versos. Estos más de treinta poemas quieren rendir tributo a la terrible lacra social del maltrato a las mujeres. Si bien la protagonista es una adolescente musulmana, Ángela Reyes ha querido reflejar con su decir el tormento, la indignidad de tantas féminas que están privadas de libertad y derechos tanto en Oriente como en Occidente. Dividido en tres apartados, el volumen se abre con “Laila”, personaje principal e hilo conductor de esta historia de amor. Envuelta ya en el burka, Laila comienza a asomar sus ojos por los oscuros territorios de su tierra natal, cuyas costumbres son, en ocasiones, insolidarias e irreversibles. De ahí, que el sujeto lírico utilice la segunda persona para advertir de cuánto resta por llegar: “No preguntes, no indagues,/ yo te digo que el beso del cristiano/ no vale dos almendras (…) No olvides que eres mujer de arena,/ de dunas caminantes que a pleno sol dibujan/ aldeas muy lejanas;/ aldeas con la cal desfallecida junto al pozo”. En este recorrido por las escenas y los personajes familiares, el lector va adentrándose en el distinto universo que rodea la vida de la joven. Y lo hace, a través de un verbo latidor, sincero, que Ángela Reyes domina y modula con primoroso ritmo. La música de su verso libre se torna testigo de un delicado tema al que ha sabido aproximarse con respetuoso rigor. Como coda, “La lumbre del farero”, es un cántico amatorio, de corazonada  celebración. “Todo ha cambiado y tú lo sabes/ desde que vino el cuidador del mar”.   En suma, un muy bello poemario, vívido y solidario, tamizado por un verso pleno de honesta condición. Y de sincero y lírico mensaje.

Jorge de Arco. (En Andalucía Información. 4 julio/31 Agosto, 2017)  


VERÓNICA Y EL HOMBRE BELLO, 2016. Novela. (Frag.)

(…) En Verónica y el hombre bello los personajes experimentan penurias, sufren diarreas por la mala alimentación, se asean y, alguna que otra vez, se arreglan, mucho más por necesidad que por presunción, la cabellera y la barba. Es el triunfo del pequeño detalle, de la cotidianidad del día a día que los Evangelios no narran porque lo que pretendían era elevar a la consideración de los lectores cuestiones de mayor trascendencia. Pero esa cotidianidad sin duda la vivieron Jesús y quienes lo acompañaban. El nivel lingüístico en que está escrita la novela es el propio de una mente infantil, abierta a la recepción de todo tipo de sensaciones, impresiones, imágenes, ideas. Pero se trata de una mente infantil que, de alguna forma, puede considerarse ya madura por sus reflexiones y su correcta forma de escribir. Había que amoldar el estilo de la primera persona a la edad de la narradora y así lo hace la autora simplificando su manera de escribir, sin descender por ello a la vulgaridad estilística. La autora se preocupa de que en el habla de la voz narradora quede reflejo de sus tics lingüísticos (por ejemplo: expresiones frecuentes, exclamaciones que denotan sorpresa,    negaciones retóricas). Desde el punto de vista estructural, la unidad del conjunto se logra mediante diversas fórmulas que evitan que el libro sea una simple sucesión de escenas aisladas, a lo que en principio se prestaría lo contado. Fórmulas como la presencia de una única voz narrativa, el seguimiento de la actividad de un personaje principal, la aparición en determinados momentos de otros cuya relevancia habrá de sustanciarse más adelante (como sucede con los dos ladrones de ganado) y la cronología, desarrollada a lo largo de un solo un año. El papel de los personajes secundarios no es desdeñable. Hay figuras que, por el número de veces mencionadas, adquieren un relieve singular, nunca haciendo palidecer aquella que irradia la luz de la verdad. Es el caso de María, la madre de Jesús, y de Judas Iscariote, el traidor. La descripción de la primera no evoca precisamente la de tantas imágenes religiosas como conocemos: “es una anciana como de cincuenta años, de anchas caderas, pecho grande y moño cano, rebelde”; una anciana que regaña a quienes están alrededor, su Hijo incluido, y que no entiende que una niña sea capaz de leer. El segundo, Judas, maneja los pocos dineros de que dispone la comitiva, como efectivamente uno de los evangelios, en Jn 12,6, afirma que sucedió. Su carácter reconcentrado y su llanto interno anuncian, muy al principio de la novela, la traición. No faltan los rasgos de humor, derivados de la escasa conciencia que de la realidad puede tener una niña. Se diseminan en la novela, aquí y allá, suscitando la sonrisa del lector, como sucede cuando Verónica la comenta a la madre de Jesús que no debe preocuparse por su hijo porque la tal María de Magdala es nada menos que una mujer de “vida licenciosa”, lo que a la inocente Verónica le parece el non plus ultra.Verónica y el hombre bello es una novela amena, que se lee fácilmente y en la que conceptos como humildad y humanidad están latentes desde el principio hasta el final.

Prof. Oscar Barrero  (Presentación leída en el Centro de Riojano. Madrid 9 de oct. 2015. Publicada en Alhucema, 34, 2016) 

        

Estupenda narración esta de Ángela Reyes, excelente escritora que nos ofrece ciento sesenta páginas de prosa tersa, bien modulada, flexible y acogedora para que la lectura resulte no solo interesante, sino atractiva y compensadora. Reconozco que, al principio, el título me desorientó un tanto, máxime contemplando la ilustración de portada, pero me bastó leer “el mes de la mostaza” para que todo me quedase claro, incitador y sonriente, aunque aún seguía sorprendiéndome la iniciación con el mes de mayo, perfectamente asimilada la estructura y organización tempo-espacial a medida que pasaban las páginas, que culminan con el claroscuro final, cuando la niña ya no lo parece tanto, quizá porque ha madurado y el dolor suele ser síntoma de adultez, no importan los años cumplidos. "Entro en una calle de casas pobres y niños descalzos que corren tras un gato y me detengo para echar la última mirada al monte. En la cima ya han crucificado a los ladrones. Sus dolorosos gritos y sus maldiciones ruedan ladera abajo. Al Maestro le falta muy poco para llegar a la cima. Le veo subir lentamente, cojeando". Aquí ya el humor se ha transmutado en tragedia, como estaba previsto por la profecía bíblica. Aunque una páginas antes, pregunta: ―"Dónde vas?". ―"Al Monte de los Olivos, a pasear un rato y estirar las piernas".  ―"¿Tan de noche? ―!Por toda la arena del desierto! Con treinta y tres años y no sabe mentir".

        Jesús de Nazaret humanizado, traído al mundo de hoy, y de siempre, por una niña de diez años que lo ve como uno más de los que se acercaron cuando el Maestro sugirió: "!Dejad que los niños se acerquen a Mí". Una hermosa historia llena de matices, vista a través de los claros e inocentes ojos de una niña sin prejuicios, libre de los pervertidos principios de los mayores maleados por la historia, la sociedad y la propia vida. Con otros dos personajes importantes, la mujer pública y un perro, pues que los animales forman parte natural de la vida infantil, para que todo resulte más creíble y cercano.  Un acierto formal y temático ya desde las palabras del título, la imagen del "hombre bello" ( "Sólo era un hombre que decía cosas bellas"). Y el nombre directo de Verónica, que vale por miles de imágenes posibles, tanto si se sabe quién era este personaje, cuanto si se ignora. Imagen y palabra que sirven para iniciar, y concluir, la historia más extraordinaria de nuestro mundo. Libro estupendo. Recomendar su lectura no es sólo un acto intelectual de buena crítica, sino la obligación inevitable de un orden moral previamente vivido.

(Prof. Victorino Polo García en el  Blog Delibrosyotrasvirtudes. 1 de diciembre de 2015)

     

FANTASMA DE MI INFANCIA, 2011. Poesía. (Frag.)

La rememoración de un tiempo y sobre todo de la persona de la madre de la autora me parece tremendamente original en estos momentos (y en todos los tiempos; un libro de una hija a una madre es una genuina rareza). Y los poemas de Ángela lo abordan con una sensibilidad exenta de la previsible sensiblería de manera cercana y cómplice para el lector. El poema de la página 41 hablando de las cosas “quizás” innecesarias pero que las tormentas no pueden desvanecer, como una nana “que no hay reloj que la recuerde” pero que a la autora (y al lector) se le espesa en la garganta… es un poema que reduce una turbadora nostalgia. Y ello trufado de versos rotundos que obligan a subrayar el libro sin mesura: “…un hombre / con la misma estatura de Dios envejecido… … con tristeza indecisa…”, “¿Quién se olvida de una mujer / disuelta entre la bruma de los anocheceres, / untada en la brea de viejos marineros, / envuelta en el dulzor de la llovizna…”. Sensaciones trasmitidas por Ángela con una delicadeza y una precisión lírica estremecedora: “¿Qué voy a hacer si todo lo recuerdo? / Qué parte de mi vida arrojo a los gorriones / y qué otra parte guardo en agua de morera…” Y poemas completos que se erigen como estandartes de todo el libro (“y 3” página 26). Poemas esenciales de toda poética que se precie como ése también de la página 37 dedicado a su primera maestra de la que no recuerda el nombre. ¡No puedo imaginar ningún escritor que no haya deseado alguna vez escribir este poema! Poemas inclementes como el alegato que nos recuerda (página 39) que “en todas las familias hay un muerto / que no se queda frío, que no se deja sepultar. / Su nombre se nos pega entre los labios…”. Qué bello poema para incorporar, por ejemplo, a tanta tristeza como necesariamente encierran las asociaciones de Memoria Histórica de cualquier país. Y cómo no señalar ese estremecedor poema con Salgari (¡mi Salgari! de los piratas de Mompacén) acompañando la conversión en espuma del corazón púber de la poeta. En fin, enhorabuena por tu extraordinario libro y sobre todo gracias por haberlo escrito. Sí, Ángela, gracias por escribir. Que no nos falte nunca tu palabra.

Blog de Jaime Alejandre.( Madrid, 2012)

Regreso a la inocencia. Ángela Reyes, autora del libro Fantasmas de mi infancia (Madrid, Huerga y Fierro, 2011), posee una larga y variada bibliografía no sólo como poeta, sino también como novelista. Ha publicado una docena de poemarios que van desde Amaranta (1981) hasta No llores, Poseidón (2008), sin contar el que hoy reseñamos. Gaditana de nacimiento vive en Madrid desde 1958, donde realiza una amplia y variada tarea cultural junto a su esposo, también poeta, Juan Ruiz de Torres. Ha dado lecturas de su obra lírica en España y diversos países de Europa e Iberoamérica. En Talavera de la Reina ofreció una de sus brillantes lecturas en el Aula de Poesía que lleva mi nombre (VIII Ciclo) celebrada en la Galería Cerdán el 26 de marzo de 2008. Varios de sus libros han sido distinguidos con importantes premios: “San Lesmes Abad”, “Leonor”, “Villa de la roda”, “Vicente Gaos”, “Blas de Otero”, etc.

            Fantasmas de mi infancia es un libro dividido en tres partes, a lo largo de las cuales la poeta se enfrenta en un largo y doloroso proceso de identificación con seres y paisajes de la infancia, lejanos en el recuerdo, pero recuperados por la experiencia de la memoria en cada poema. Y con ellos, se recuperan personajes que se evocan en esa peregrinación: el melero, cuya miel era “más dulce que la joven que en el patio se baña”, o el cardador de lana, “un hombre / con la misma estatura de Dios envejecido.” En ese viaje hacia el Sur, el sujeto lírico se hace acompañar de la figura de la madre —Virgilio femenino— que guarda dentro de sí los recuerdos más inmediatos de los seres que poblaron su niñez y la topografía donde ésta se desarrolló: el pueblo, las calles, la casa de Jimena de la Frontera. Todo ello en la primera parte, porque en la segunda, los recuerdos de infancia se relacionan con Granada. Y prácticamente todos ellos son evocaciones de memorias tristes: a su primera maestra, al joven novio, a la muchacha de la bicicleta, a la que decía a todos “que era puta, que era mujer sin luna.” Y es que, como se afirma en uno de los poemas: “En todas las familias hay un muerto”. Y sin embargo, en esta parte del libro se dulcifica el recuerdo infantil de cada suceso por el tono de emoción contenida con que se evoca.  La tercera parte se inicia con sendos poemas a la muerte del padre, llenos de ternura. Como en poemas anteriores, el tono de los versos es resignado más que amargo, lúcido más que inconsolable. Y el entorno en el que se desarrollan los poemas, unas veces urbano, otras rural, ofrece una variedad de imágenes y metáforas que permiten rescatar el recuerdo dentro de una naturaleza viva. No obstante, la desolación de tanta muerte recuperada a través de los ojos de la infancia, se hace presente en el último poema donde leemos: “Madre, tanto abismo / golpea el corazón y lo deshoja”.

Joaquín Benito de Lucas. (En Diario La Tribuna de Talavera, Talavera de la  Reina, Toledo, 8.1.2012  y en Cuadernos del  Matemático, nº 48,  Jetafe, Madrid, octubre, 2012).  


BENEDICAMUS DOMINO, 2008. Premio Ciudad de Majadahonda de novela. (Frag.)

 Benedicamus Domino (Adoremos al Señor) es la novela con la que la escritora Ángela Reyes, nacida en Jimena de la Frontera (Cádiz), pero residente en Madrid desde su más tierna infancia obtuvo el XV premio de novela «Ciudad de Majadahonda». Esta obra ha tenido, que sepamos, dos ediciones hasta la fecha: una en editorial Everest (2008) y otra en editorial Nostrum (2009) y en verdad que se trata de una novela excepcional por muchos aspectos. Ángela Reyes es autora de una vasta obra que ha repartido entre dos géneros literarios: la poesía y la narrativa, alcanzando en ambos notables reconocimientos que son prueba de su talento y del reconocimiento que de año en año va alcanzando una producción literaria tan personal como es la suya. Daremos cuenta aquí de sus títulos narrativos más  sobresalientes: Crónica de un lirista naufragado, Morir en Troya (Premio Juan Pablo Forner) Adiós a las amazonas y Cuentos de la Arganzuela. Del mismo modo, es digna de destacar su labor al frente de la asociación Prometeo de Poesía, siempre de la mano del poeta Juan Ruiz de Torres, ambos cofundadores de la misma. La novela que nos ocupa está ambientada en el convento de la Encarnación de Mujarna, lugar imaginario pero totalmente verosímil, y se inicia un 29 de octubre de 1981, a las 10 de la mañana, alcanzando su final en el mismo lugar y en la misma fecha hacia la una de la tarde. Parece increíble que en tan pocas horas como las que transcurre la acción desarrollada en ella pueda sucederse un tan trepidante número de sucesos como los que aquí se narran con tal maestría y rigor, con semejante carga de intriga y pasión que el lector se ve atrapado por la trama desde las primeras páginas de la novela y hasta un total de 352 con las que cuenta.

 José Antonio Sáez. En Revista El Faro (3 abril 2010) Cultura/Narrativa

 

NO LLORES, POSEIDÓN, 2008. Poesía. (Frag.)

Ángela Reyes nos presenta, en No llores Poseidón,  una tierna remembranza en torno a la figura de un hombre que vivió intensamente sus pasiones, al que contempla, derrotado, en su declive vital. Un hombre quizás ayer amado, sí amado, al que hoy, con aparente serenidad observa, describe, conforta y ensalza. Y todo ello lo expresa en versos limpísimos, llovidos de simbología, de dulce misterio, de insospechadas imágenes. Su poesía está henchida de complementos nominales inconcebibles, de adjetivos que dan esa vida que exigía Huidobro: (manos bautismales, jugos femeninos), de misteriosas evocaciones marinas; pero, sobre todo, de un lirismo fascinador, original e inigualable.

José Antonio Sáez.  (En revista Ámbito 2, Málaga, 2010)


Historia del amor marinero, podría ser el subtítulo de este poemario que nos ofrece la poeta gaditana, afincada en Madrid, Ángela Reyes. No llores, Poseidón es la recreación lírica del amor, en sus distintas manifestaciones, que tiene como testaferro a Poseidón, el dios que reina sobre el mar, hermano de Zeus. Sus versos -cargados de imágenes novedosas y alusiones culturales, narrativos y de diálogo- consiguen que el lector reconstruya las múltiples situaciones de la experiencia amorosa y erótica, de manera clara y suscitadora de interés. La elaborada expresión poética no oscurece la referencia a la cotidianeidad (los versos "Vivir es habituarse/ a una larga serpiente de pequeños fracasos", del poeta Juan Ruiz de Torres, servirán de cita paratextual) de la que se nutre, sino que la sublima y, en ocasiones, la eleva a aforismo universal de experiencia humana: "Así sabrás que hay cuerpos/ que queman más que cirios,/ mujeres que al amarlas dejan marca,/ una herida entreabierta para siempre".

           Uno de sus poemas, iniciado con el verso homónimo del título del libro, nos revela la clave y el sentido del poemario "ellas, tus botas,/ saben bien que eres hombre disfrazado de playa/ a donde bajan las gaviotas/ para picar los nudos de su pelo caliente".   El mar transpira humanidad, deseo y dolor. No llores, Poseidón es, asimismo, una invitación al dios del mar a proseguir "las guerras victoriosas" del amor (Eros y pólemos, amor y lucha) y también al lector a disfrutar de lo que sus poemas nos descubren. Es un poemario excelente, denso en expresión verbal pero atrayente y comunicativo, de dominio de la técnica poética sin caer en virtuosismos fatuos, que merecería mayor difusión en los intrincados y, en ocasiones, espúreos vericuetos, por los que transita la poesía, que hacen difícil distinguir lo valioso de lo trivial y manido.

Santiago Fortuño Llorens. (En revista Amic de la poesía, nº 50, Castellón, 2009 y en  espacio Prometeo Digital, Madrid, 2009) 

LOS TRENES DE MARZO (11-M) 2008. Novela. (Frag.)

Los trenes de marzo, la novela que ha escrito Ángela y ha publicado Sial, no trata de esclarecer el atentado que sufrió la capital de España una mañana que yo recuerdo fría y ventosa, de un aciago jueves, de un simbólico 11, de un desprevenido marzo, en los sobresaltados albores de un siglo de muy incierto devenir. Los trenes de marzo no es una novela sobre la muerte o las muertes de tantos ciudadanos anónimos de esta ciudad mestiza y acogedora que es Madrid, sino sobre el coraje de vivir, encarnado en una legión de mujeres normales, cercanas, probables, creíbles, tangibles que asumen el protagonismo, casi coral, de este relato desde su variada verosimilitud emocional.

Porque vivir, para las mujeres de Ángela, es amanecer siempre con un motivo por el que luchar, sea el pan y la sal de una realista Adela, el amor de un artista medio frustrado con el que sueña Rosa, o que no se malogre el hijo sin padre que Marta lleva en el vientre. Y entre ellas, Fátima, esta musulmana honesta, noble y solidaria que vino a España buscando al hombre al que la destinaron sus padres y se encontró con la frialdad del desamor y con el doble desasosiego de la pobreza y la soledad, y aun así, firme, tenaz, decidida y laboriosa, sin más ayuda que sus manos y su buen corazón, va haciéndose un hueco en la ciudad hasta casi tocar el sueño con las manos.

José Luis Morales (Leído en la presentación de Los trenes de marzo (11-M), el 12.5.2008. En la Revista Prometeo Digital)


ADIÓS A LAS AMAZONAS, 2004. Finalista premio de la Crítica Andalucía de novela, 2005. (Frag.)

Tal vez en la tarea del escritor es la empatía el ejercicio más difícil: ser capaz de colocarse en el cuerpo y el espíritu de otro, en su manera de sentir y de pensar. Todavía es más difícil si, como en este caso, se elige una cultura tan distinta y tan distante (en el tiempo y en el espacio). Un (una en el caso que nos ocupa) novelista no es un historiador; el narrador elige la ficción como material de su trabajo y es con ella con la que juega, no importa si ésta se ajusta a la realidad objetiva de los hechos o más bien vuela por territorios de la creación más imaginativa; con frecuencia, la ficción es más verdadera que la propia realidad que, al fin y al cabo, no deja de ser una descripción que percibimos como realidad pero que se debe a muchos aprendizajes (ideológicos, sociales, sensoriales…) que la mediatizan. Lo que sí se pide a un (una) novelista es que sea capaz de hacernos verosímil lo que nos cuenta, que nos lo creamos hasta el punto de sentirnos involucrados en lo que leemos. Y eso, en esta obra, Ángela Reyes lo consigue de sobra, con el aliciente añadido de que su técnica prescinde del narrador y son los propios personajes, desde sus vivencias, los que desarrollan la acción (empatía, pues, múltiple y, por ello, más difícil y meritoria todavía).

 Y no era fácil, porque si bien sobre Lope de Aguirre tenemos datos, crónicas, novelas y estudios variopintos que nos acercan al personaje y a su peripecia vital, el mundo mítico de las amazonas es tan poco conocido que hay que tener mucho valor para adentrarse en él en una novela. Ángela Reyes hace en su relato que ambas realidades se encuentren: Lope de Aguirre y sus hombres en busca de El Dorado y las amazonas, sorprendidas ante la presencia de hombres distintos a todos los que conocían. El resultado es una novela llena de emoción que engancha y transporta al espacio mágico y poético de la Amazonia y a los sentimientos encontrados de hombres europeos, racionalistas y conquistadores, con mujeres guerreras que viven en un mundo integrado con la naturaleza más primigenia y tan hermosa como salvaje. Leer este libro me supuso abrir puertas a lugares de mi corazón que llevaban mucho tiempo (milenios tal vez) a la sombra. Les recomiendo vivamente su lectura.

Emilio Ballestero


CARMÉNDULA, 2000. Poesía. Premio Blas de Otero de poesía (Frag.)

La poesía de Ángela Reyes es misteriosa, onírica y real. Juan Ruiz de Torres ha escrito  para nuestra autora “la poesía es fabulación, reinvención de un entorno que ella siente polifacético”, como si todos sus lectores fuésemos ese ángel de su devoción  que, en la noche, ha de aparecer atravesando el espejo del armario para su sorpresa y, cómo no, la nuestra. Es el tierno juego de esta Alicia de un país de las maravillas poblado a un tiempo de dulzura y de aspereza, capaz de emocionarnos con el hielo y el fuego, con la mirada más inocente, la caricia más tierna o la pasión más sensual. Es una poesía que llega muy a lo hondo, que emociona, precisamente porque no tiene trampa ni cartón, no se alza desde la tramoya, no es escenario sino vida. Y fabulación de esa vida. Fue Voltaire, aunque luego lo recogieron,  conociendo o no el antecedente, Campoamor y Tagore, quien primero dejó escrito que la poesía es la música del alma. Es una hermosa forma de afirmar lo indefinibles, pero que desde esos contornos nebulosos parece tener sentido, límite imaginado, en la lectura de ciertos poemas que, según crecen en nuestro sentido, emocionadamente, corazonadamente, se hacen cercanos, imprescindibles: son una melodía interior, como si pusiesen música a un tiempo que perdió el cansado silencio, al modo de esas campanadas singulares que alcanzan a escuchar los enamorados -y solo ellos- en el instante preciso en que nace o crece el amor. Así ocurre con estos versos de carméndula que nos colocan ante los ojos las briznas dolorosas, apasionadas, de una historia de amor transitada por imágenes hermosas y sorprendentes, de ausencias y presencias, de requerimientos al amado como de dulces reproches. 

Juan Van-Halen. (Leído el día de su presentación en la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, Madrid, febrero 200l )

Ángela Reyes es hoy día una de las más genuinas y sólidas voces de la poesía española. Infatigable en el quehacer creativo, notables libros de poemas y narraciones lo atestiguan. Es también una acreditada activista literaria. Junto con Juan Ruiz de Torres conforman el núcleo de la asociación Prometeo de Poesía de Madrid. (…) En Carméndula el amor constituye el Leif-motiv de una poesía sencilla, honda, depurada. No recurre como tantas poetisas de habla hispánica al erotismo desbordado y pasional, sino que por el contrario su verso esplende sereno y tranquilo. Inteligencia y sensibilidad se unen gratamente, con cierto aire de música y canciones suaves, sin estridencias ni barroquismos excesivos. No obstante, existe claridad conceptual y metafórica, además de una atmósfera de vaguedad y sueño. Estrofas plenas de vida y lucidez, son reflejo de una lírica profunda, a veces reflexivas; otras, oníricas y atormentada. Pero siempre se advierten juegos de luces y sombras, como el ocaso o el crepúsculo. (…)  Ángela Reyes emplea generalmente imágenes realistas, en justo equilibrio de tradición y modernismo. Poesía que habla al corazón y a los sentidos, al cerebro y a la imaginación. Con evidente acierto.

Prof. Matías Rafide. (En revista Los autores y sus obras, Santiago de Chile, Chile, 2002)

  MORIR EN TROYA, 2001. Premio Juan Pablo Forner de novela. (Frag.)

Confiesa Ruiz Zafón, autor de una de las novelas más exitosas de los últimos años, haber escrito La sombra del viento, a efectos de haber contemplado unos grandes almacenes llenos de libros, enormes superficies de libros hacinados que nadie leía. Quizás por esto, y porque ya estaban en el olvido, como dicen que se quedan los muertos, él los llamó “cementerio de los libros olvidados”. (…) Tengo sobre mi mesa de escritorio un buen rimero de libros llegados este otoño de 2003 que acaba. Es un dolor no poder referirme a la mayoría de ellos, pues, en realidad, tras tanto tiempo de prodigar la crítica, no tengo donde enviarlas con una mínima garantía de respeto al trabajo. (…) Uno de esos libros es una novela magníficamente conducida, quizás porque su asunto ha sido vivido no sólo desde los libros, sino a través de la vivencia personal en los lugares donde se desarrolla, lo que le otorga una suerte de telurismo sugestivo. El tema no podía ser más comprometedor, pues se trata de los últimos días de Troya, sobre lo que existen almacenes de bibliografía. Se titula Morir en Troya (premio Juan Pablo Forner, Mérida, 2000. Editorial  Verbum, Madrid, 2001) o llamativo aquí ha sido lo inmediatez y concreción de los personajes, con el resultado de una atmósfera cercana, casi doméstica. Es decir, este episodio y los personajes míticos que en la novela intervinieron, posan ante nosotros tras el cristal solemne de una literatura heroica, desde Homero a nuestros días, pasando por el cine inspirado en las Tres coronas del inmortal teatro helénico, entre el que hay que contar la más grande tragedia de todos los tiempos, o al menos la más pura químicamente, Edipo rey. Aquellas gentes eran hombres y mujeres rústicos, pero con una finura interna que se expresa en la forma de mirar y de hablar. Eran gentes antiguas ya en tiempos de Homero, el mismo cuya cuna se disputan siete ciudades, las mismas por donde él anduvo mendigando. Y  éste es para mí el hallazgo de la novela Morir en Troya,  que los personajes nos son presentados de manera inminente, que se les puede ver y tocar y hasta oler y que sus circunstancias son modestas, provocadas por la necesidad vital más que por el ansia de grandeza. Hay que haber vivido mucho a los personajes para que hablen así, desembarazados de toda pátina épica. De modo que cuando actúan como dioses (pues como se nos dice de ordinario, eran los tiempos en que los dioses se paseaban por la tierra), lo hacen sencillamente para sobrevivir y no acopiar un mérito para la historia. Los dioses decía el propio Homero envían infortunios para que los hombres tengan algo que contar, por el hecho de contar.

 Ensayo del profesor Antonio Enrique, Los libros indefensos.  (Revista de Occidente. Págs. 7 y 8, Guadix, Granada, 2003) 

 BREVIARIO PARA UN RECUERDO, 1993. Premio Vicente Gaos de poesía. (Frag.)

Digamos que Ángela Reyes es una de las voces poéticas del Campo de Gibraltar de más intensidad y altura. Cierto que no desdeño la de otras poetisas de gran valía que existen, pero la de Ángela ha sido, tal vez, la de más constancia en su quehacer poético (once libros en su producción) y yo creo que la más premiada en este género de literatura; así como su labor en el fomento y la difusión de la poesía, al frente, con su marido Juan Ruiz de Torres, de la Asociación Prometeo de Poesía. (…). Breviario para un recuerdo tiene una dulzura triste y fragante. Sus versos libres se desparraman en roce suavísimo por el alma. Su palabra es casi coloquial, de memoria contada en un temblor de lejanía. El recuerdo de un viejo, de un pueblo, de la historia, brota con el latido y dolor de Miguel Hernández. Todo está impregnada de él. (…) Siendo el libro de una dulce melancolía y siendo el libro de una sencillez de palabra cálida y amorosa, lo más notable son sus metáforas. (…) Es emocionante y doloroso leer estos versos:  “ Así, Miguel, / al sentir que la nieve le invadía por dentro, / apenas  dijo: Josefina./ Luego, / cuando supo que los eriales venían todos / juntos,/ volvió a llamarla,/ con sus ojos de tierra”.  Según puede reconocer el lector, la poesía de Ángela Reyes tiene más similitud con la poesía castellana, en su expresividad, en su austeridad de léxico, que con la poesía andaluza. (…)

Manuel Fernández Mota. (En el Diario Europa Sur, Cádiz, 1997)

Este poemario de Ángela Reyes, premiado en 1993 por el Ayuntamiento de la ciudad de Valencia, es un verdadero jardín de versos. Versa sobre la vida y muerte de Miguel Hernández, el gran poeta español que todos quisimos y admiramos tantos. Ángela Reyes, quien es una excelente artífice del verso, con una sensibilidad y maestría que maravilla y enternece, entra en el mundo poético y fascinante de Miguel Hernández y vive, habla, canta, sufre y sueña con él. Evidentemente, en referencia a los años difíciles de España, tiempo en que Miguel Hernández padeció en carne propia los rigores de la guerra, dice la autora de este poemario: “El treinta y seis pasó con sus gaviotas / y nos quedamos tan desabridos,/ tan propensos / a morirnos de pena,/ que decidimos ir/ muy dentro de sus ojos,/ aquellos ojos de Miguel / que tenían solar para su propia muerte”. (…) Más adelante, en otro poema, describe el mundo que rodea la casa de Miguel, de una forma tan vivida que nos lleva a gozar y sufrir con ella y con Miguel el panorama que dibuja: “Ni una sola noche / le ha faltado la voz de esa montaña./ Siempre al atardecer, levanta su cabeza / como buscando inútilmente a Dios entre la bruma…” Hemos transitados apenas unos poemas de este poemario y ya como que nos sentimos parte de estas vivencias, de estos pasajes y paisajes poetizados con  Ángela nos extasía. Por razones de espacio es imposible comentar  cada una de las 17 partes en que se divide este bello poemario, pero llegando hacia la mitad de nuestro recorrido nos detenemos aquí: “En el balcón, y aunque lloviera,/ había siempre un hombre esperando a Miguel./ Y apenas le veía / subir la calle de las Flores,/ levantaba las manos. Luego, las reclinaba/como si fueran niñas cansadas de jugar./ Aquellas blancas manos / se llamaban Neruda.” (…) Así vamos llegando casi al final del poemario, conmovidos o como si hubiéramos recorrido un inmenso bosque en una noche de luna llena.

Francisco Enríquez. (En Carta Lírica II, 4, Miami, EEUU, 1997. Y en Diario Las Américas,  Miami, EEUU, 1997). 

LA NIÑA AZUL, 1999. Premio Villa de La Roda de poesía. (Frag.)

 

Poesía misteriosa, la de Ángela. Descifrable semánticamente, su lenguaje se carga siempre de sobreentendidos, que son los que confieren la mayor fascinación a sus versos. La niña azul se desarrolla, pues, en una atmósfera impalpable, enrarecida, y con los estados de ánimo aligerados, detenidos en el drama de las ocasiones que los han generado. La música, por otra parte, que acompaña a la narración es una especie de valet que contribuye a aumentar la magia.

Una balada medieval, o si se quiere lorquiana es como puede considerarse  a La niña azul y lo testimonian las citas anafóricas (la tarde que murió la niña azul… era una tarde… cuando murió la niña azul… cómo se llamaba esta mujer… cómo debería llamarla), o el tono general de cuento popular, que presupone un yo narrador y un tú que escucha mudo y pensativo, meditando sobre los hechos que se acaban de referir. “La mujer adormecida” parece ser casi apéndice de La niña azul, o mejor una especie de prólogo donde se celebra la madurez alcanzada, con sus secretos de amor, sus sueños, pero también sus ansias. Una poesía llena de fascinación es la de Ángela Reyes, pero también de una segura dimensión cultural: una de las voces más interesantes de la poesía actual española.

Prof. Michelle Coco. (En Antología di poeti spagnoli contemportanei. I Fuochi di Prometeo. Levanti Editori. Bari. 1994 

La trayectoria poética de Ángela Reyes, durante más de una época ha ido acrisolándose, verso a verso, en la expresión de formas líricas personales hasta el logro de una poética individual, voz enraizada en sí misma que, según pretende C. Pavese, “da como un todo suficiente un complejo de relaciones fantásticas en las cuales consiste la propia percepción de la realidad.” Percepción subjetiva de la realidad, fina intuición, -origen de toda actividad poética- capaz de captar lo que de mágico subyace en lo aparente, y vuelo imaginativo, se conjugan con absoluta libertad creativa, por la palabra armoniosa, en La niña azul.  Ya los versos iniciales: “La tarde que murió la niña azul / el otoñó rozó el bronce de la aldaba”, a la vez que anuncia el tema dan el tono elegiaco de este poemario lírico-narrativo dividido en seis partes; seis poemas que constituyen un conjunto unitario, un corpus temático único como narración de un hecho, son susceptibles de lectura independiente. En los seis poemas, las estrofas polimétricas, sin rima, van oscilando desde el verso bisílabo al hexadecasílabo, con apoyo en alejan drinos brillantes (“Yo supe que lloraba muy dentro de su muerte”) en endecasílabos, en eneasílabos, cuya acentuación binaria y ternaria confieren a cada poema un ritmo melódico que en su fluencia traducen tensiones y distensiones emocionadas.

Con un lenguaje de símbolos, y  discurriendo por ricos campos metafóricos (entre tantos, valgan como ejemplos los versos “era una tarde / que compartía la vejez con  la orfandad de la retama”,  “No la oímos quejarse / al quedar convertida en páramo azul”). En este poemario se transmuta la realidad objetiva-muerte de una muchacha innominada, circunstancias, historia interior, en otra realidad más alta y bella creada por la fantasía, que se desenvuelve en un ámbito onírico en el que se debaten elementos antitéticos. Así, frente a “en ese sitio en donde octubre / le da a la uva su color de incendio” encontramos la alegoría de “mientras la muerte y sus errantes tribus / fueron hasta la alcoba donde ella dormía”. Para la voz evocadora, tras “la vi caer en la negrura llevándose consigo / la instantánea del viento golpeando en el aljibe”, La Niña azul, en sus múltiples facetas cumple una de las finalidades más antiguas y clásicas del arte literario: elevar a mito o leyenda, por el don de poetizar (“polesis”, creación), zonas del subconsciente.

Profª María Elvira Muñiz. (En revista Valor de la palabra, Madrid, 1992)  

 

CARTAS A ULISES DE UNA MUJER QUE VIVE SOLA, 1991. Premio Leonor de poesía (Frag.)

Ángela Reyes, gaditana, de Jimena de la Frontera, como tantos poetas y poetisas andaluces, al ser residentes en Madrid o en otros lugares de Castilla, logran en el manejo del idioma la fusión de la agilidad del sur y la serenidad castellana. Es hermoso comprobar cómo esta simbiosis ejerce sobre la palabra una riqueza diferencial que engrandece el poema. La serena agilidad del lenguaje que desde Antonio Machado podría servirnos de ejemplo, halla eco en estas “Cartas a Ulises de una mujer que vive sola”. Al referirnos a la poesía de Ángela la primera palabra que henos de constatar es “superación”.

Desde que en 1981 publicara “Amaranta” hallamos una superación suprema cuando Ángela-Penélope escribe.(…). La forma clásica en la temática con los héroes de la Odisea se actualiza en una métrica libre y musical, desde el pensamiento amoroso interpretado por una mujer de hoy que se sitúa en aquel tiempo. (…). La ternura es algo que nos aborda ya desde el primer poema; ternura que se mezcla con el deseo de su logro imposible: “Ahora que te has ido / la luz se desvanece entre mis iris / y aquí, cerca del vientre, / donde solías desmayar los gozos y el cansancio”. La suprema delicadeza del lenguaje se utiliza para tratar el amor, ese amor de que espíritu y carne se ven privados ante el largo viaje del esposo. Siete apartados dividen el poemario, que tiene unidad temática, y que se refiere a otros tantos aspectos de la Odisea. Siempre con el mar considerado como el enemigo por Penélope, como rival, porque le resta correspondiente en el amor, le priva del hombre que ama: “No me enseñaste más canción /que el golpe de tus remos en el agua”. Es la soledad de la mujer haciéndose poema, versos que a veces nos recuerda acertadamente un son poético oriental. (…). Así la metáfora, así el embrujo poético del lenguaje, la entonación, el desarrollo del sentimiento en la mujer que, por amor, palpita tanto que mira, que contempla la casa “los ocres de un pasillo / con más edad que el tiempo”, hasta hacer que la sangre y el sentimiento reanuden su diálogo.

Nicolás del Hierro. (En  Diario El Día, Toledo, 1992)

 Ángela Reyes es una de esas voces líricas que presenta una evolución ascendente en su obra. Si bien su línea poética descansa en el cuidado de la forma, la experimentación técnica poética y la diversidad temática, su poesía, sobre todo la producción más reciente, viene de dentro, nacida de la simbiosis entre la mujer y la poeta. Su libro Cartas a Ulises de una mujer que vive sola es un ejemplo del mito integrado como acierto en el texto poético; su condición femenina –y esto es una conjetura mía- ha debido de facilitarle el proceso. La historia es conocida: Penélope aguarda el retorno de Ulises por un tiempo indefinido. En la recreación de Ángela Reyes hay una despedida, una larga espera y un regreso; ahora, sentidas estas vivencias desde el mito y también desde la singularidad de la mujer-poeta. La espera amorosa es ya un alto grado de afecto, además de inquietud, tensión psíquica e incertidumbre; elementos estos que predisponen a que afloren deseos inconscientes, en los que el objeto amoroso puede presentarse de diversas formas, que dependerán del estado emocional del que espera. Momento también propicio para que eros proteja la imagen del amado en ese recuerdo constante. La espera es sinónimo de confianza, de lealtad, piedra angular de toda relación amorosa. Carlos Castilla del Pino, con la autoridad que le confiere el ser psiquiatra y escritor, así lo cree. Entre estas cartas la mujer que espera cuenta sus experiencias internas y externas al esposo lejano. Nos interesa la que describe el suplicio de la ausencia que dice:

“Ahora que te has ido / no merece la pena / que vaya junto al biombo a desnudarme, /que intencionadamente asome / la pierna tras el raso / ni que en la almohada ponga / una pizca de ajenjo / para excitar la noche./

          En la primera estrofa, eros inicia una larga batalla para proteger la presencia del amado. El recuerdo de las noches de amor se apodera del canto; eros está en la mujer amante, en su desolado sentir de ausencia y en el voluptuoso recuerdo de los objetos y de los ritos que iniciaban la entrega amorosa; el juego de la desnudez tras el biombo, la suavidad del raso para cubrir tan suave piel de la pierna, que se asoma, y el ajenjo bajo la almohada, elixir de la noche.Exquisito hallazgo el de esta metonimia; para excitar la noche, la de los amantes en el juego erótico, prolongado; también, la hora del secreto amor, el que se ampara en la oscuridad.  La segunda estrofa del poema inicia un tiempo sin luz, presagio del duelo por la ausencia del amado. Rememora los gozos y el cansancio de su hombre, no en el vientre, sino muy cerca, aquí, -dice el verso-. Ya en esta atmósfera nostálgica, la mujer se enfrenta al temido contraste entre el ayer y el hoy; el desmayo y el desorden amoroso, frente a la soledad del deseo: “naves heridas por carcoma de la pena”.

Prof. Matilde Albert Robatto. (Estudio “Eros femenino en la poesía española contemporánea”, San Juan de Puerto Rico 1995”. Publicado en Estudios Hispánicos, de la Universidad de Puerto Rico y en espacio Prometeo Digital, Madrid, con núm. FDP 103)  


CALENDARIO HELÉNICO, 1987. (Con Juan Ruiz de Torres). Poesía. (Frag.)   

 

 

Estoy en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Madrid y asisto a una especie de rito donde son incorporados los colores, los sonidos, las voces Estoy en la fonoteca de la Biblioteca, casi el tacto, siempre el recuerdo, la evocación, la nostalgia y la presencia viva de un país, de un escenario: el de Calendario Helénico. (…) Marjorie Coffin, la presentadora, está sentada junto a Ángela Reyes y Juan Ruiz de Torres, autores de los poemas sobre dibujos. “Los peces no miran, sólo sueñan”, dice Juan. Ángela toca temas de vida y eternidad y el miedo de aquel ser que no quiere irse tan pronto hacia otras dimensiones. Juan escucha los antiguos clamores de esta Grecia de otros milenios. Es el grito de las piedras. O el sueño de las piedras. Son las confidencias de los colores del paisaje helénico  ¾del calendario¾.  La cruz de la memoria vence los rostros que un día fueron y ya no son. Y surge el Monasterio de Stavronikia que escapa de las manos del último saludo. La magia del Calendario Helénico de Juan Ruiz de Torres y Ángela Reyes, continúa. Y es que la poesía y el arte, en su mejor sentido, son nada más y nada menos, simplemente: magia. Y esa magia ilumina la vida al iluminar el recuerdo. Desde Madrid toco esa magia en una Grecia recuperada.

Alberto Baeza Flores. (En Diario El Caribe, La Habana, Cuba, agosto 1987

Este Calendario helénico, nos dicen en breves palabras sus autores,  surge  como respuesta a unos grabados griegos contemporáneos ateniense. Podría considerarse que este libro asume una intención crítica, pero desde un ángulo muy diferente al de los profesionales críticos de arte con su acostumbrado lenguaje técnico y su monotonía estilística y formal, pues en este caso se trata de interpretar poéticamente las íntimas sugerencias que inspiran unos dibujos, de acuerdo a la sensibilidad de cada uno de los poetas mencionados.   El gran escritor, poeta y ensayista Arturo del Villar, en su obra “Siete pintores con Santander”, dice: “Unos versos inspirados por una pintura están obligados a retratarla, pero también a retratar al poeta por cuanto ha de mantener una relación con ella, la que sea. De lo contrario el poema se convertiría en una mera descripción desanimada, carente de sentimiento y hasta de sentido”. Y es indudable que ello se cumple en Calendario Helénico, merced a una doble visión, ¾visión pictórica y visión poética¾, que se conjugan admirablemente y armoniosamente para proporcionarnos un todo: la belleza, captada y aprisionada en las formas eurímiticas del verso. En estas pinceladas poéticas, Ángela y Juan son como dos rectas paralelas que casi se confunden en una, porque siente y vibran al unísono al transmutar en alquimia del lenguaje lo que a su elevada inspiración les sugiere la plasmación    siempre misteriosa de los creadores de las formas.

            La concisión expresiva, en la que el sustantivo juega papel preponderante en el giro de metáforas e imágenes, que no el oropel de la adjetivación, es detalle significativo de ambos autores al conformar núcleos sintácticos esenciales. Así, en Ángela Reyes, encontramos: “No hay luna que te muestre / el nocturno del hombre” (p.21);  “Sorprendida quedó la madrugada /al pie de las coníferas” (p.23); “El sueño no consigue entristecer sus párpados” (p. 103). Y en cuanto a Juan Ruiz de Torres: “Ya goza la aventura / de pasear el alma entre los astros” (p.41);  “La tierra, casi araña, casi esponja / se empapa cada día de su esencia” (p.91);  “Y en el doble postigo de la espera / van cayendo los astros” (p. 83); “arriba, norte, nube / gaviota, sed y pálpito” (p.101). Los elementos destacados anteriormente, aunados a la transparencia y claridad de cada verso y a una visión y un sentido rítmico interiores, son sólo algunos de los valores literarios relevantes que confieren a este libro indiscutible calidad poética.

Vicente Manuel Crespo. (Diario La religión, Caracas, noviembre de 1988)


VIAJE A LA MAÑANA, 1987. Poesía. (Con Juan Ruiz de Torres y Alfredo Villaverde)

Los libros de viaje son una modalidad literaria de muy vieja data, y han sido siempre de gran interés para los lectores de todos los tiempos. Normalmente se escriben en prosa; en verso son muy escasos, sobre todo si tienen calidad poética. Hago esta digresión a raíz del breve Viaje a la mañana de Ángela Reyes, Juan Ruiz de Torres y Alfredo Villaverde, tres poetas españoles actuales,  pertenecientes a la Asociación Prometeo de Poesía. Escribir un diario de viaje como éste, a seis manos y con tres sensibilidades tan distintas, no es tarea fácil. Pese a lo cual aquel resulta ameno y altamente lírico. Viaje a la mañana  se inicia con el poema a una escultura de mujer unida a su amado por la nuca, de Ángela: “Nadie, con el sabor a guerra entre las manos / abrigará mi talle / mientras afuera llueve.” Juan nos cuenta que en Dafni, “al borde del mar, antiguos artesanos de Bizancio  tejieron un mosaico imágenes eternas de santos y emperadores.”  Y remata: “Han abierto los siglos su panal invisible / de mágicas imágenes a mi hermano el recuerdo”.  En una taberna ateniense, Alfredo vive: “la mínima aventura / del brindis sostenido / bajo un arco de estrellas y de sueños”.  De la mano de sus versos, Ángela, Juan y Alfredo nos llevan al Ática, las islas Jónicas y Serbia. Desfilan la máscara de Agamenón, una casa abandona en Kérkira, el már Jónico, el río Danubio. Una francesa en el parque llama la atención de Juan Ruiz de Torres, quien la retiene en este verso, ágil como ella: “Muchacha, libertad, apenas núbil.”  Viaje a la mañana es un recorrido nostálgico por tierras de poesía, civilización, libertad, mármoles y dioses. Es el devolver  la cinta de la vida para fijar los recuerdos ¾como esas mariposas de museo¾  en las páginas de un poemario escrito por tres poetas soñadores.

Oscar Echeverri Mejía. (En Diario El Colombiano, Medellín, Bogotá, octubre 1988 y en Dominical de la República, Bogotá, Colombia, octubre 1988  

 LÁZARO DUDABA, 1987. Premio San Lemes Abada de poesía religiosa. (Frag.)

Al leer, Lázaro dudaba, el testimonio estético y ético de Ángela Reyes se nos presenta como un sentimiento de transferencia que escoge el sendero de la comunicación y alcanza espacios de indescriptible intimismo. Esa intimidad de la criatura con su creencia personal y afectiva está indicando lo precario de la existencia y el vacío que le asedia. Sin embargo, qué hermosos matices, qué interesantes planos poéticos y lingüísticos, qué numerosidad metafórica están presentes, en la circulación del asombro que se rige desde la tierra para tocar el mensaje de Dios, para sobrevivir en la muerte, en los espejos de la memoria. Ángela Reyes es una poeta integral, sin dubitaciones, plena de do minio de la lengua y el modo, con un ritmo interno y propio que le otorga personalidad en la actual poesía hispanoamericana. La lectura de Lázaro dudaba nos acerca a una voz totalizada por la prueba de la justificación existenciaria y su viaje a los laberintos de Dios. En este itinerario, su canto es entrañable y, desde todo punto de crítica, saludable y agradecido. 

Luis Ricardo Furlan. (En Diario El Tiempo, Buenos Aires, Argentina, 1988) 

Ángela Reyes obtuvo el premio San Lesmes Abad en 1986 con un tema lleno de originalidad y de atrevimiento: el itinerario de Lázaro, el buen amigo de Jesucristo, por los impalpables lugares del extramundo durante los cuatros días que su cuerpo permaneció en el sepulcro de su huerto familiar de Betania. Estamos, pues, dentro de la más pura escatología, palabra que no puede explicarse como ciencia ni como experiencia. (…) Ángela aplica al desarrollo de su audaz empresa dos palancas fuertes: su inteligencia y su sentimiento poético. Hace falta mucha imaginación para viajar con un espíritu y se necesita un hondo sentido de la belleza para revestir poéticamente tal viaje. Creo que lo más importante de estos cuatros días no son sus encuentros con Caín y Luzbel precisamente. Yo no sé con qué intención la autora ha elegido a estos dos personajes. ¿Por pesimismo? ¿Por intensidad dramática? ¿Por desemejanza entre ellos y Lázaro? El libro poético pudo haber dado un giro completo de haber encarado al buen hombre y amigo de Jesús, que era Lázaro de Betania con tantos otros tipos de talante positivo. Lo más acertado de este poemario es el planteamiento de las dudas de Lázaro. La duda, metódica, o no, es un nobilísimo ejercicio que, según Ángela Reyes, puede ejercerse después de la muerte. Los teólogos y los filósofos no admiten tal posibilidad y sus razones son concluyentes. Pero ella tiene un fuero: el de la poesía y, por eso, no ofende a nadie cuando plantea la duda universal: “Posiblemente existo en otra parte / que no conozco, /con un nombre prestado(…)/ En las manos posiblemente llevo / el curso de los ríos / que llamaron a Dios”.  La duda se desvanecerá cuando en un rincón del mundo, un Hombre diga a sus acompañantes: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido; pero yo voy a despertarlo”… Esta última parte del poema es preciosa y creo que ella terminó de convencer al severo jurado de la bondad poética del trabajo que juzgaba. No es posible transcribirlo, aunque resultaría delicioso. 

Fray Valentín de la Cruz. Cronista oficial de Burgos. (En Diario de Burgos, 1987) 

LABIO DE HORMIGA, 1985. Poesía. (Con Juan Ruiz de Torres). (Frag.)

En dos partes se divide  este poemario que escriben al unísono Ángela Reyes y Juan Ruiz de Torres. Aunque el libro carece de unidad temática, trata asuntos diversos que poco o nada tiene que ver entre sí, está escrito con seriedad y, sobre todo, con oficio. Fluyen los poemas con naturalidad, cual si hubieran sido escritos por la misma mano. Es harto difícil conjugar dos estilos, dos temperamentos, hasta conseguir, ignoramos cómo, que el poema surja de manera singular y unánime, a pesar de su rigurosa dualidad. No es nueva, por supuesto, esta fórmula, este sistema que otros muchos poetas utilizaron con más o menos éxito. Ángela y Juan han salido airosos de esta prueba, aunque suponemos las dificultades que han tenido que superar para dar feliz término a su proyecto. A no ser, claro está, que hayan escrito una y otro poemas completos, lo que supondría reducir al mínimo esa dificultad de la que hablábamos. De cualquier modo, aunque esto haya sido así, no se notan apenas las voces y los ecos de ambos autores, que han sabido darle a sus poemas, tanto en la forma como en el fondo, una trayectoria común, una innegable coherencia. Sólo en parte, por razón de sexo, se vislumbra la personalidad de ambos. Por lo demás, todos y cada uno de los poemas parecen haber nacido de la misma fuente. Tal es su homogeneidad. 

 Julián Márquez Rodríguez. (Revista Manxa, Ciudad Real, 1985)

   

 LA MUERTE OLVIDADA, 1984. Poesía. (Frag.)

 Estamos ante un libro de poesía elegíaca que canta al desierto y a la muerte. Esas dos presencias condicionan estos poemas, resueltos con expresión de notable belleza. El tema, hondo, subyacente, no se alza en poesía abstracta sino que se concreta, líricamente, en un símbolo: una muchacha guerrillera, Aixa, que cruza dejando su jaique desgarrado entre las alambradas de los campos de guerra. Patéticamente se identifican la tierra y el cuerpo, el ser humano y la naturaleza, en imágenes cuyo ascendiente habría de buscarse en visiones aleixandrinas donde la comunicación total de lo telúrico late con fuerza unitaria. Ángela ha aprendido en la mecánica de la imagen surrealista la asociación de lejanas realidades infrecuentemente conciliadas y que parecen encontrar escenario en el sueño, mezclando deseos y frustraciones con elementos sensuales de inquietante sugerencia. Así se elaboran unas imágenes sorprendentes y de tanta belleza como vigor, con capacidad líricamente descriptiva.

La autora emplea bien los recuerdos del paralelismo en sus versos y también los desplazamientos sensoriales y consigue transmitir la sensación de un tiempo parado, como presencia perdurable de la vida de un  pueblo. Permanencia de siglos e identificación con la piedra inmóvil. Quizá esto motivo que el libro esté marcado por un ritmo lento, impuesto por las lentas apariciones de las figuras evocadas, en las que acude la huella islámica no sólo en palabras peculiares, sino en peculiares actitudes espirituales. Ángela Reyes ha escrito un poema –todo el libro es como un poema único- que capta efectos extraños. Hay músicas que vienen como del final del mundo, hay tardes como labios m orados, cabellos que aprendieron de las aves los caminos del Sur. Y hay, sobre todo, un clima. El libro nos arrastra a un clima de densa muerte, que pasa como nube acumulada. Resumiendo, un libro original de tema y de imágenes. Ángela no se pierde en motivos sentimentales ni en efusiones subjetivas. No repite consabidos músicas en clave meramente personal, sino que canta otros temas: el desierto, su angustia de tierra difícil y su circunstancia de lucha guerrera que lo cubre de temor y de muerte. Canta la soledad y el tiempo, y percibe los rumores hondos, los olores recónditos, el tacto inédito de la elegía a una muchacha guerrillera, antorcha de vida cruelmente apagada.

Leopoldo de Luis.  (Leído en la presentación de la Hemeroteca del Ateneo de Madrid, 1984. Publicado en Cuadernos de Poesía Nueva, Madrid, 1986)

 Ahora que Ángela Reyes publica un poemario que lleva por título La muerte olvidada, me doy cuenta de la fina valía de esta compañera en el arte de zurcir versos. Dice Ángela Reyes, en una nota suelta de su libro que el mismo “está dedicado de nuevo a una mujer, en este caso Aixa, muchacha que, como tantas, lucha por su causa.” La poesía de la autora parte de lo súbito histórico del drama espontáneo de una raza. Y esta poesía lleva en su acento primordial una delicada trama renovadora y transformadora de la realidad de España. El alma fragmentada de la reminiscencia árabe en España, llena de atisbos dolorosos de guerra, se remonta al pasado, a lo que yo llamaría una expiación de siglos que todavía no ha concretado su finalidad histórica.   La muerte olvidada hace alusión a una vida típicamente evocativa. Y tal parece que produce recriminación en la voz poética. Esta voz afinada por la tersa imagen, sirve de catarsis a lo que  ha sido consumado en la tristeza abreviada de los poemas. La personificación en Aixa de la metáfora evanescente da una ternura especial a este poemario. Y los caminos del sur de España están latentes para lo que podría llamarse una revelación de la patria verdadera. No hay duda, Aixa es “la muerte olvidada”. Aixa está dormida, pero alegre de luna y de llanto. Debo destacar en la autora la delicadeza de su urdimbre amorosa. Adoptando un estilo sencillo y real, sin elucubraciones fantasiosas, nos da la medida de lo auténtico en el arte de la evocación elegíaca. Todo bien perdido, al fin y al cabo, lucha contra “la muerte olvidada”. La poesía posee un glorioso destino; hacer actual, dentro de lo fáctico, la peripecia árabe.

Francisco Matos Paoli. (En Revista Mairena, San Juan de Puerto Rico, 1984)


AMARANTA, 1981. Poesía (Frag.) 

Amaranta es el primer libro de Ángela Reyes: “Pero cómo decirte/ que nunca fueron manos vagabundas/ las que se deslizaron por tu cuerpo./ Que tus labios/ no durmieron la noche/ sosteniendo nuevos labios”. El amor es, en esta poesía, un canto natural de las partes sensuales.(…) Esta poesía es poseedora de un claro sentido y criterio. La autora la orienta en la búsqueda de la autenticidad del hombre; es más, cree en este, pero, a veces, le censura para encontrarlo más pleno y fiel a la causa humana del entendimiento desde la perspectiva de la poesía en Dios y el amor, que algunos desdeñan, erguidos en una falsa torre de marfil. Los 37 poemas del libro, dividido en tres partes, acompañan con fe y esperanza.

Miguel Fajardo. (En Revista Correo de Costa Rica,  Costa Rica, 1982)